miércoles, 6 de marzo de 2013

Juana


Ella es Juana vive en Tzhalchen en el municipio de Chenaló, Chiapas. Tzhalchen es una comunidad de cerca de 50 familias, está a media hora de Polhó y a poquito más de una hora de Acteal. Su casa está en lo alto de un monte, es de las más alejadas de la comunidad.  
Llegó a Tzahalchen cuándo tenía 13 años, porque contrajo matrimonio con un muchachito que conoció en la Iglesia de su comunidad, el tenía apenas 14 y el decidió proponerle matrimonio porque había quedado huérfano a los 9 años y necesitaba una esposa para que moliera el maíz e hiciera las tortillas mientras él iba al campo sino "esta difícil". Así que decidió irse a trabajar a la ciudad y conseguir los $10,000 que se necesitan para la fiesta, regresó y encontró a Juana. Son muy felices. Juana, mientras su esposo está en el campo, sale a las 5 am a moler el maíz, hace tortillas y cuida a su hija y nietos, los demás hijos migrarón a la ciudad o  los Estados Unidos.
Yo la conocí un Domingo después de un oficio religioso en la comunidad, estaba sonriente y al finalizar la ceremonia nos quería invitar a su casa, Chía y yo la acompañamos ese mismo día, no para quedarnos a comer, si no para saber llegar al día siguiente que iríamos a desayunar. Le pregunté si era cerca, me contestó: " Si nomás está aquí luego lueguito", le daba pena hablar español pero nos sacó plática en el camino. Cuándo ví que "luego, lueguito" no llegaba, volvía preguntar y me contesto: "Aquí, aquí" y aquí no llegaba, mientras Chía y yo ya bofeabamos ella seguí enterita platicandonos sobre su historia y familia. Por fín llegamos, era una casa como todas las demás  un cuarto grande de madera con unas sillitas al rededor de un fogón y tablas que por la noche se convierten en camas. Entramos y ella muy apenada dijo "es una cochinada" estaba muy apenada, Chía le dió unas bonitas palabras que quisiera recordar pero lo único que recuerdo fue un intercambio de sonrisas y la sensación de esa calidez que se da entre mujeres en la cocina, nos sentamos y comenzamos a platicar, olvidando que nuestro propósito era "agendar nuestra cita" para el almuerzo. Comimos una limas y nos regaló una penca de plátano y Chía y yo regresamos contentas a encontrarnos con los demás para la hora de la comida. 
Al día siguiente, muy temprano (según nosotros) fuimos a casa de Juana. Llegamos y ya nos esperaba una olla de café, obvio cosechado, tostado y molido por ella. Mientras ponía las tortillas y hacía arroz, nos contó su historia... Ella no conoce a muchas personas de su comunidad y la mayoría del tiempo hace labores de la casa, pero también juega un papel importante en el trabajo del café, ya que ella lo seca, además del café cultiva frijoles junto con una de sus nueras y le gusta mucho asistir a los oficios. Cuándo llega gente nueva, le gusta que visiten su casa y nos contó que enseño a unos "campamentistas alemanes" a hablar español. Mientras seguía la plática, nos dejó hacer tortillas y con una carcajada discreta nos dejó muy en claro que no estamos listas para encargarnos de una desayuno y mucho menos para casarnos, como muchas veces me dijo María. Desayunamos, como siempre en Tzhalchen, delicioso: arroz, frijoles negros, tortillas y café. Y para los que aún tuvieran un huequito un traguito de Pozol (agua con masa de maíz) Después de la sobre mesa acompañamos a Juana a secar el café, tenía dos sacos para llevar. El café se seca en platafornas de cemento que hay al lado de las casas, en está ocasión la plataforma estaba bajando un poco el monte. Dos de mis compañeros, haciendo honor a su caballerosidad, se ofrecieron a ayudar pero para la sorpresa de todos y de Juana no pudieron los costales. Sonrío, tomo un mecate y lo puso en su frente con el costal colgando a su espalda y lo cargo sin titubear, nosotros sorprendidos y apenados la seguimos por una camino estrecho y de bajada en el que varías veces resbalé. Ella bajaba con si tuviera alitas en los pies, sin ninguna dificultad. 
Llegamos a la plataforma y pusimos a secar el café, es una experiencia increíble, tocar el oro verde con las manos y con los pies, ponerlo a la disposición del sol para que éste haga su trabajo. Un vez que lo dejamos secar nos sentamos a la sombra a seguir platicando: Juana siempre tenía que platicar, mientras elogiábamos sus tenzas con listones nos veía el despeinado que traíamos y se ofreció a peinarnos. 
Fue un instante íntimo increíble, por un instante sentí esa conexión del espíritu en el que todos somos todo, hermanos, almas, humanos, familia, comunidad. Ese encuentro con el otro auténtico en la confianza dónde no exíste el interés si no el amor y compartir la vida, eso me recordó Juana, en ella vía Dios y entendí el verdadero mensaje de "amense los unos a los otros como yo los he amado" y como en la sencillez de la cotidaneidad se encuentra la felicidad. Gracias Juana, porque no te quedas en Tzahalchen, porque te dejas ver en cada persona que me regala una sonrisa desinteresada, porque te encuentro en cada oído atento y en cada amigo verdadero....


El sonido del silecio : Resistencia Civil!

 
He estado revisando todo lo que leí y escribí en mi viaje a Chiapas y encontré el corazón de aquello que me movió a esa realiadad que pareciera paralela; acá en nuestro contexto Actal, el EZLN, la resistencia civil parecieran puntos asilados de una lucha sinsentido. Estamos tan ocupados en las cosas "realmente importantes" de la vida como pasar las materias de la universidad, conseguir un buen trabajo, pagar las deudas, que lo demás estorba... Ha sifo fascinante entender mi relidad y saberme parte de ella "sólo se vive en la conciencia" lo demás es mera supervivencia... Aquí la 5° declración de la Selva Lacandona,  no completa pero si como una invitación a leer las demás y a destaparnos los ojos y abrir los oídos ante una guerra actual que se vive en el sureste... una guerra en la que las únicas armas son las de los "defensores de la patria" y la única manera de defensa es el ayuno y la oración: la resistencia civil! 
 
V DECLARACION DE LA SELVA LACANDONA
 
Hoy decimos: ¡Aquí estamos! ¡Resistimos!
"Nosotros somos los vengadores de la muerte.
Nuestra estirpe no se extinguirá mientras
haya luz en el lucero de la mañana"
Popol Vuh
Hermanos y hermanas.
No es nuestra la casa del dolor y la miseria. Así nos la ha pintado el que nos roba y engaña.
No es nuestra la tierra de la muerte y la angustia.
No es nuestro el camino de la guerra.
No es nuestra la traición ni tiene cabida en nuestro paso el olvido.
No son nuestros el suelo vacío y el hueco cielo.
Nuestra es la casa de la luz y la alegría. Así la nacimos, así la luchamos, así la creceremos.
Nuestra es la tierra de la vida y la esperanza.
Nuestro el camino de la paz que se siembra con dignidad y se cosecha con justicia y libertad. 

I. La resistencia y el silencio
Hermanos y hermanas.
Nosotros entendemos que la lucha por el lugar que merecemos y necesitamos en la gran Nación mexicana, es sólo una parte de la gran lucha de todos por la democracia, la libertad y la justicia, pero es parte fundamental y necesaria. Una y otra vez, desde el inicio de nuestro alzamiento el 1 de enero de 1994, hemos llamado a todo el pueblo de México a luchar juntos y por todos los medios, por los derechos que nos niegan los poderosos. Una y otra vez, desde que nos vimos y hablamos con todos ustedes, hemos insistido en el diálogo y el encuentro como camino para andarnos. Desde hace más de cuatro años nunca la guerra ha venido de nuestro lado. Desde entonces siempre la guerra ha venido en la boca y los pasos de los supremos gobiernos. De ahí han venido las mentiras, las muertes, las miserias.
Consecuentes con el camino que ustedes nos pidieron andar, dialogamos con el poderoso y llegamos a acuerdos que significarían el inicio de la paz en nuestras tierras, la justicia a los indígenas de México y la esperanza a todos los hombres y mujeres honestos del país.
Estos acuerdos, los Acuerdos de San Andrés, no fueron producto de la voluntad única de nosotros, ni nacieron solos. A San Andrés llegaron representantes de todos los pueblos indios de México, ahí estuvo su voz representada y planteadas sus demandas. Estuvo brillando su lucha que es lección y camino, habló su palabra y su corazón definió.
No estuvieron solos los zapatistas en San Andrés y sus acuerdos. Junto y detrás de los pueblos indios del país estuvieron y están los zapatistas. Como ahora, entonces sólo fuimos parte pequeña de la gran historia con rostro, palabra y corazón del náhuatl, paipai, kiliwa, cúcapa, cochimi, kumiai, yuma, seri, chontal, chinanteco, pame, chichimeca, otomí, mazahua, matlazinca, ocuilteco, zapoteco, solteco, chatino, papabuco, mixteco, cuicateco, triqui, amuzgo, mazateco, chocho, izcateco, huave, tlapaneco, totonaca, tepehua, popoluca, mixe, zoque, huasteco, lacandón, maya, chol, tzeltal, tzotzil, tojolabal, mame, teco, ixil, aguacateco, motocintleco, chicomucelteco, kanjobal, jacalteco, quiché, cakchiquel, ketchi, pima, tepehuán, tarahumara, mayo, yaqui, cahita, ópata, cora, huichol, purépecha y kikapú.
Como entonces, hoy seguimos caminando junto a todos los pueblos indios en la lucha por el reconocimiento de sus derechos. No como vanguardia ni dirección, sólo como parte.
Nosotros cumplimos nuestra palabra de buscar la solución pacífica.
Pero el supremo gobierno faltó a su palabra e incumplió el primer acuerdo fundamental al que habíamos llegado: el reconocimiento de los derechos indígenas.
A la paz que ofrecíamos, el gobierno opuso la guerra de su empecinamiento.
Desde entonces, la guerra en contra nuestra y de todos los pueblos indios ha seguido.
Desde entonces, las mentiras han crecido.
Desde entonces se ha engañado al país y al mundo enteros simulando la paz y haciendo la guerra contra todos los indígenas.
Desde entonces se ha tratado de olvidar el incumplimiento de la palabra gubernamental y se ha querido ocultar la traición que gobierna las tierras mexicanas. 

II. Contra la guerra, no otra guerra sino la misma resistencia digna y silenciosa
Mientras el gobierno descubría a México y al mundo su voluntad de muerte y destrucción, los zapatistas no respondimos con violencia ni entramos a la siniestra competencia para ver quién causaba más muertes y dolores a la otra parte.
Mientras el gobierno amontonaba palabras huecas y se apresuraba a discutir con un rival que se le escabullía continuamente, los zapatistas hicimos del silencio un arma de lucha que no conocía y contra la que nada pudo hacer, y contra nuestro silencio se estrellaron una y otra vez las punzantes mentiras, las balas, las bombas, los golpes. Así como después de los combates de enero de 94 descubrimos en la palabra un arma, ahora lo hicimos con el silencio. Mientras el gobierno ofreció a todos la amenaza, la muerte y la destrucción, nosotros pudimos aprendernos y enseñarnos y enseñar otra forma de lucha, y que, con la razón, la verdad y la historia, se puede pelear y ganar... callando.
Mientras el gobierno repartía sobornos y mentía apoyos económicos para comprar lealtades y quebrar convicciones, los zapatistas hicimos de nuestro digno rechazo a las limosnas del poderoso un muro que nos protegió y más fuertes nos hizo.
Mientras el gobierno mostraba señuelos con riquezas corruptas e imponía el hambre para rendir y vencer, los zapatistas hicimos de nuestra hambre un alimento y de nuestra pobreza la riqueza del que se sabe digno y consecuente.
Silencio, dignidad y resistencia fueron nuestras fortalezas y nuestras mejores armas. Con ellas combatimos y derrotamos a un enemigo poderoso pero falto de razón y justicia en su causa. De nuestra experiencia y de la larga y luminosa historia de lucha indígena que nos heredaron nuestros antepasados, los habitantes primeros de estas tierras, retomamos estas armas y convertimos en soldados nuestros silencios, la dignidad en luz, y en muralla nuestra resistencia.
No obstante que, en el tiempo que duró este nuestro estar callado, nos mantuvimos sin participar directamente en los principales problemas nacionales con nuestra posición y propuestas; aunque el silencio nuestro le permitió al poderoso nacer y crecer rumores y mentiras sobre divisiones y rupturas internas en los zapatistas, y trató de vestirnos con el traje de la intolerancia, la intransigencia, la debilidad y la claudicación; pese a que algunos se desanimaron por la falta de nuestra palabra y que otros aprovecharon su ausencia para simular ser voceros nuestros, a pesar de estos dolores y también por ellos, grandes fueron los pasos que adelante nos anduvimos y vimos.
Vimos que ya no pudieron mantener callados a nuestros muertos, muertos hablaron los muertos nuestros, muertos acusaron, muertos gritaron, muertos se vivieron de nuevo. Ya no morirán jamás los muertos nuestros. Estos muertos nuestros siempre nuestros y siempre de los todos que se luchan.
Vimos a decenas de los nuestros enfrentarse con manos y uñas contra miles de armas modernas, los vimos caer presos, los vimos levantarse dignos y dignos resistir. Vimos a miembros de la sociedad civil caer presos por estar cerca de los indígenas y por creer que la paz tiene que ver con el arte, la educación y el respeto. Les vimos, ya moreno su corazón de lucha y ya hermanos nuestros los vimos.
Vimos a la guerra venir de arriba con su estruendo y vimos que pensaron que responderíamos y ellos harían el absurdo de convertir nuestras respuestas en argumentos para aumentar su crimen. Y trajo la guerra el gobierno y no obtuvo respuesta alguna, pero su crimen siguió. Nuestro silencio desnudó al poderoso y lo mostró tal y como es: una bestia criminal. Vimos que nuestro silencio evitó que la muerte y la destrucción crecieran. Así se desenmascararon los asesinos que se esconden tras los ropajes de lo que ellos llaman el "estado de derecho". Arrancado el velo tras el que se escondían, aparecieron los tibios y pusilánimes, los que juegan con la muerte por ganancias, los que ven en la sangre ajena una escalera, los que matan porque al matador aplauden y solapan. Y el que gobierna se despojó de su último e hipócrita ropaje. ``La guerra no es contra los indígenas'', dijo mientras perseguía, encarcelaba y asesinaba indígenas. Su propia y personal guerra lo acusó de asesino mientras nuestro silencio lo acusaba.
Vimos al poderoso gobierno irritarse al no encontrar ni rival ni rendición, lo vimos entonces volverse contra otros y golpear a los que no tienen el mismo camino que nosotros pero levantan idénticas banderas: líderes indígenas honestos, organizaciones sociales independientes, mediadores, organismos no gubernamentales consecuentes, observadores internacionales, ciudadanos cualquiera que quieren la paz. Vimos a todos estos hermanos y hermanas ser golpeados y los vimos no rendirse. Vimos al gobierno pegar a todos y, queriendo fuerzas restar, sumar enemigos lo vimos.
Vimos también que el gobierno no es uno ni es unánime la vocación de muerte que su jefe luce. Vimos que dentro tiene gente que quiere la paz, que la entiende, que necesaria la ve, que la mira imprescindible. Callados nosotros, vimos que otras voces dentro de la máquina de guerra hablaron para decir no a su camino.
Vimos al poderoso desconocer su propia palabra y mandar a los legisladores una propuesta de ley que no resuelve las demandas de los más primeros de estas tierras, que la paz aleja, y que defrauda las esperanzas de una solución justa que acabe con la guerra. Lo vimos sentarse a la mesa del dinero y ahí anunciar su traición y buscar el apoyo que los de abajo le niegan. Del dinero recibió el poderoso aplausos, oro, y la orden de acabar con los que hablan montañas. "Que mueran los que tengan que morir, miles si es necesario, pero que se acabe ese problema", así habló el dinero al oído del que dice que gobierna. Vimos que esa propuesta incumplía con lo ya reconocido, con nuestro derecho a gobernar y a gobernarnos como parte de esta Nación.
Vimos que esa propuesta nos quiere romper en pedazos, nos quiere quitar nuestra historia, nos quiere borrar la memoria, y olvida la voluntad de todos los pueblos indios que se hizo colectiva en San Andrés. Vimos que esa propuesta trae la división y la ruptura de la mano, destruye puentes y borra esperanzas.
Vimos que a nuestro silencio se sumó la voluntad de gentes y personas buenas que, en los partidos políticos, levantaron voz y fuerza organizada en contra de la mentira, y así parar se pudo la injusticia y la simulación que se pretendían como ley constitucional de derechos indios y no era mas que ley para la guerra.
Vimos que, callando, mejor podíamos escuchar voces y vientos de abajo, y no sólo la ruda voz de la guerra de arriba.
Vimos que callando nosotros, el gobierno sepultó la legitimidad que dan la voluntad de paz y la razón como ruta y paso. El hueco de nuestra palabra ausente señaló la vacía y estéril palabra del que mandando manda, y se convencieron otros que no nos escuchaban y que con desconfianza nos miraban. Así, en muchos se afirmó la necesidad de la paz con la justicia y la dignidad como apellidos.
Vimos a esos todos que son los otros como nosotros, buscarse y buscar otras formas para que la paz volviera al terreno de las posibles esperanzas, construir y lanzar iniciativas los vimos, los vimos crecerse. Los vimos llegar hasta nuestras comunidades con ayuda haciéndonos saber que no estamos solos. Los vimos protestar marchando, firmando cartas, desplegados, pintando, cantando, escribiendo, llegando hasta nosotros. Los vimos también proponer diálogo con ellos, el verdadero, no el que se simula por la voluntad del poderoso. Vimos también que algunos fueron descalificados por la intolerancia de quienes más tolerantes ser debieran.
Vimos a otros que antes no vimos. Vimos que la lucha por la paz sumó ella, y no nosotros, a gentes nuevas y buenas, hombres y mujeres que, pudiendo optar por el cinismo y la apatía, eligieron el compromiso y la movilización.
A todos en silencio vimos, en silencio saludamos nosotros a los que buscaron y abrieron puertas, y en silencio les construimos esta respuesta.
Vimos a hombres y mujeres nacidos en otros suelos sumarse a la lucha por la paz. Vimos a unos desde sus propios países tender el largo puente del "no están solos", los vimos movilizarse y repetir el "¡Ya basta!", primero los vimos imaginar y realizar reclamos de justicia, marchar como quien canta, escribir como quien grita, hablar como quien marcha. Vimos todos esos destellos rebotar en los cielos y llegar a nuestras tierras con todos los nombres con los que José se nombra, con los rostros de los todos que en todos los mundos lugar para todos quieren.
Vimos a otros cruzar el largo puente y, desde sus suelos, llegar hasta los nuestros después de saltar fronteras y océanos, para observar y condenar la guerra. Los vimos llegar hasta nosotros para hacernos saber que no estamos solos. Los vimos ser perseguidos y hostigados como nosotros. Los vimos ser golpeados como nosotros. Los vimos ser calumniados como nosotros lo somos. Los vimos resistir como nosotros. Los vimos quedarse aunque los fueran. Los vimos en sus suelos hablando lo que miraron sus ojos y mostrar lo que escucharon sus oídos. Seguir luchando los vimos.
Vimos que callando, más fuerte habló la resistencia de nuestros pueblos en contra del engaño y la violencia.
Vimos que en silencio también nos hablamos como lo que realmente somos no como el que trae la guerra, sino como el que busca la paz, no como el que su voluntad impone, sino como el que un lugar donde quepan todos anhela, no como el que está solo y simula muchedumbre a su lado, sino como el que es todos aun en la silenciosa soledad del que resiste.
Vimos que nuestro silencio fue escudo y espada que hirió y desgastó al que la guerra quiere y guerra impone. Vimos que nuestro silencio hizo resbalar una y otra vez a un poder que simula paz y buen gobierno, y que su poderosa máquina de muerte una y otra vez se estrelló contra el silencioso muro de nuestra resistencia. Vimos que en cada nuevo ataque menos ganaba y más perdía. Vimos que no peleando peleábamos.
Y vimos que la voluntad de paz también callando se afirma, se muestra y convence.....

Hermanos y hermanas:
Ha pasado ya el tiempo en que la guerra del poderoso habló, no dejemos que hable más.
Es ya el tiempo de que hable la paz, la que merecemos y necesitamos todos, la paz con justicia y dignidad.
Hoy, 19 de julio de 1998, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional suscribe esta Quinta Declaración de la Selva Lacandona. Invitamos a todos a conocerla, difundirla y a sumarse a los esfuerzos y tareas que demanda.

¡DEMOCRACIA!
¡LIBERTAD!
¡JUSTICIA!
Desde las montañas del Sureste Mexicano
Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
México, Julio de 1998.


Encuentras las demás y esta completa: 
http://www.nodo50.org/pchiapas/chiapas/documentos/selva.htm  

lunes, 31 de diciembre de 2012

La velocidad de las bicicletas



Lo leía, lo leía y releía y fue hasta ayer que me entro por la venas este pequeño ensayo de Pablo Fernández: La velocidad de las bicicletas y es que después de 2 horas y media de recorrer la ciudad en bicicleta uno jamás vuelve a ser el mismo...
Los movimientos en pro de moverse en bicicleta tienen en su favor la razón. Tienen en su contra no sólo al dueño del Chevrolet que no quiere perderse el gusto de atropellar, psicológica y extrapsicológicamente a los peatones para llegar con su traje sin lluvia y sin sudor a la oficina de su estatus y otros compromisos igualmente rutilantes; también tienen en contra a la esencia misma de las ciudades modernizadas, que no es ni el hormigón ni el hacinamiento, sino una sustancia más huidiza: la velocidad, cosa que no tienen las bicicletas.
Cuando se descubrió la velocidad automotriz y se le elevó a rango de libertad individual, se tuvieron que inventar las distancias, los lugares a donde ir y algo que hacer llegando; desde entonces, no se va más rápido porque los lugares estén más lejos, sino que están más lejos porque se llega más rápido, así como no se va más aprisa porque se tengan más cosas que hacer, sino que se tienen más cosas que hacer porque se va más de prisa. La velocidad actual es de 50 u 80 kph, que es la que se cree que tienen los automóviles, pero en realidad no es la de los coches, que por amontonamiento, semáforos y dónde estacionarse, van más lentos. En rigor, se trata de una velocidad social, a la que corren las obligaciones, los deseos y las superficies asfaltadas, el trabajo, las ansias y el tamaño de las construcciones; de hecho, la mitad del estrés urbano se debe a que la velocidad de las prisas es mayor que la velocidad de los automóviles que las transportan. La acelerada es la ciudad, no los coches, como puede verse asimismo en el hecho de quienes no tienen coche a cambio tienen dos cosas: las mismas prisas y la necesidad de tener un coche.
La velocidad no reduce, sino que aumenta las distancias, extiende los espacios y multiplica los lugares, de manera que en bicicleta no se puede cumplir la agenda propia del ciudadano normal, que consiste en ir y volver; pero, entre tanto, detenerse a pagar, comer con, visitar a, darse una vueltecita por, reunirse en, andar hacia allá, de camino hacia acá. Los 20 lugares que se visitan al día son todos necesarios, queridos o importantes: el banco, los cuates, la tintorería, el súper, los niños, el cliente, la gasolinera, da lo mismo, el caso es que siempre se está a las carreras. Si la velocidad social fuera de 700 kph, la tintorería quedaría en Tampico. El movimiento de las bicicletas puede ser exitoso si es capaz de reducir la velocidad social, y ello requiere cierto radicalismo de omisión, porque ahora andar en bicicleta no es cumplimiento de una función de transporte, sino el arte de necesitar, no querer y no importar ir a donde no se pueda llegar. En bicicleta no se puede ir, y esto es una carencia; el arte está en convertirlo en que se pueda no ir, lo cual es un poder, el poder de hacer que la tintorería quede en la esquina.
La velocidad de una bicicleta es como de 15 kph. Reducir el transporte urbano a este índice no sólo significa hacerlo más económico y ecológico, sino ajustar las situaciones, actividades y tamaños de la ciudad a la dimensión humana, porque, genéticamente, el ser humano está hecho para vivir a 10 kph. En efecto, los sentidos de la percepción, y por ende la civilización, están diseñados para funcionar a velocidades de entre 5 y 15 kph, que es cuando se camina y se corre; a esa velocidad se puede ver, oír, sentir y razonar con detalle y atención lo que sucede al rededor, mientras que a velocidades más altas estas capacidades se atrofian, y ya no se pueden ver más que bultos, oír más que ruidos, sentir más que vértigos, pero no pormenores, curiosidades y bellezas. Por regla general, cuando no se puede apreciar la cara de la gente es cuando uno ya va, como el dueño del Chevrolet, demasiado rápido, más aprisa que la civilización, aunque no más lejos ni a ninguna parte. Einstein se percató de la más rápida velocidad, la de la luz, yendo a pie; mientras que en sus miles de kilómetros hecho la raya, Alain Prost sólo vio una ráfaga de paisaje, 40 veces más buda y aburrida que lo que uno se puede percibir con una paseadita en bici. Así, la bicicleta resulta ser el medio de transporte más civilizado que haya construido el ser humano, porque va a la velocidad de sus pensamientos, con los que había llegado tan lejos antes de acelerar en reversa. 
Pablo Fernández Christlieb

viernes, 14 de diciembre de 2012

No es que muera de amor



No es que muera de amor, muero de ti. 
Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti.
de nosotros, de ese, 
desgarrado, partido, 
me muero, te muero, lo morimos.
en mi cama en que faltas, 
en la calle donde mi brazo va vacío, 
en el cine y los parques, los tranvías, 
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza 
y mi mano tu mano 
y todo yo te sé como yo mismo.
para que estés fuera de mí, 
y en el lugar en que el aire se acaba 
cuando te echo mi piel encima 
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, 
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
entre los dos, ahora, separados, 
del uno al otro, diariamente, 
cayéndonos en múltiples estatuas, 
en gestos que no vemos, 
en nuestras manos que nos necesitan.
que no muerdo ni beso, 
en tus muslos dulcísimos y vivos, 
en tu carne sin fin, muero de máscaras, 
de triángulos obscuros e incesantes. 
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, 
de nuestra muerte, amor, muero, morimos. 
En el pozo de amor a todas horas, 
inconsolable, a gritos, 
dentro de mí, quiero decir, te llamo, 
te llaman los que nacen, los que vienen 
de atrás, de ti, los que a ti llegan. 
Nos morimos, amor, y nada hacemos 
sino morirnos más, hora tras hora, 
y escribirnos y hablarnos y morirnos.


Muero de ti y de mí, muero de ambos, 
Morimos en mi cuarto en que estoy solo, 
Morimos en el sitio que le he prestado al aire 
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos 
Nos morimos, amor, muero en tu vientre 

Jaime Sabines

martes, 4 de diciembre de 2012

"El Círculo de lectores de la caja de Corn Flakes"


 


EL CIRCULO DE LECTORES DE LA CAJA DE CORN FLAKES*

Pablo Fernández Christlieb

Éste es el nombre de una secta tan clandestina que ni siquiera sus miembros saben que existe, sino hasta que alguien pronuncia su santo y seña: “0.1% de benzoato de sodio como conservador”, clave que solamente pudo haberse obtenido de la lectura reiterada de la letra más menuda de las etiquetas de los frascos de las salsas que están junto al salero, en la mesa del antecomedor. El ocioso que tiene tal información cumplió de antemano un precepto fundamental: el de no poder no leer, aunque quisiera, cualquier palabra que se le ponga enfrente, como si las letras poseyeran un magnetismo que lo mesmerizara, impidiéndole apartar la vista hasta que no se cumpla su lectura. Es el acto de ir por la vida leyendo miscelánea-RutaUno-Wonderbra.

Para que el magnetismo se ejerza, deben ser mensajes inconexos, cortos, como jaculatorias: “Sabiem. Cupo máximo: 6 personas. 480 kgrs”. El fenómeno comenzó hace cosa de siglo y medio: no importa quien inventó los corn flakes (que fueron J. Jackson y J. H. Kellog), sino quién inventó su caja (que fueron C. W. Post y W. K. Kellog), porque su tamaño, su presencia obligada –por que ni modo que los pasen a una charolita a la hora de servirlos en el desayuno- y el arribo de la publicidad impresa en la sociedad industrial, hacen naturalmente de ella una caja mural, anuncio espectacular a escala que intercepta las miradas de los comensales, que no pueden sortear el obstáculo hasta no haber leído: “Contenido neto: 500 grs.”. Y cuando falta esa caja, la mirada busca con urgencia sustitutos, y se tranquiliza al encontrar “Tabasco Brand”, “Ingredientes: proteínas hidrolizadas de origen vegetal”, e intentan pronunciar “Worcestershire Sauce” y sorprenderse de que la salsa tradicional inglesa contenga tamarindo, fruta tropical, fruto ergo de alguna conquista del país más colonizador del orbe; pero si uno quiere saber qué piensa y siente un inglés, tiene que probarla: los ingleses piensan y sienten a lo que sabe la salsa inglesa; hay quien opina que ésa es su materia gris.


Los “creativos”, según se autodenominan los publicistas a falta de ocurrencias, exclamaron ¡eureka!, y llenaron las cajas de corn flakes, bolsas de papas o envases de leche con anuncios, mensajes, recomendaciones, crucigramas y rifas, pero entre la caja de corn flakes y su círculo de lectores se estableció de inicio una condición del magnetismo, a saber, la de ser atraídos exclusivamente por aquella información que se supone que nadie va a leer, que no debe leerse, lo que se cumple cabalmente. Y así, van leyendo exactamente todo lo que no les incumbe: los volantes de los cursos de computación, los menús de los restaurantes, las iniciales de la hebilla del cinturón de los transeúntes, los avisos de “se renta”... Actualmente descifran las runas de los códigos de barras. La compulsión por la lectura de lo que no hay que leer los hace expertos eruditos de los avisos notariales de los periódicos, los créditos de las películas hasta que diga Dolby-System, los colofones de los libros, las notas de pie de pagina, los números del fondo de las botellas, Ideal Standard al lavarse las manos, Schlage al abrir la puerta, etcétera. La última palabra que leen todas las noches, al apagar la luz, es Quinziño. Los más sistemáticos estudian con cariño la sección amarilla; los más intelectuales pasan veladas deliciosas hurgando el diccionario.

A la larga, la respetable cantidad de lecturas dignas de mejor causa va formando una red de conocimientos que, por lo bajo, realiza conexiones de profunda intrascendencia; un lector de este círculo es el único que estará enterado, por ejemplo, de que Ginkgo Biloba es: a) unos comprimidos para curar la pérdida de memoria, los cuales anunciaron el otro día en el periódico; b) un árbol catalogado como fósil viviente, en el mismo rango que el celacanto (pez de cuando los dinosaurios, que sobrevivió a su extinción), y c) que lo trajo Miguel Ángel de Quevedo a México y esta plantado en un parque de Chimalistac. Lo difícil es que esta erudición le vaya a ser útil en alguna conversación. Para lo que más ha servido es para responder alguna pregunta de la trivia del Maratón, tal como “¿en qué ciudad de Estados Unidos se inventaron los famosos corn flakes?” (R= en el Sanitarium de Battle Creek, Mich., propiedad de los Adventistas del Séptimo Día).

En efecto, este conocimiento no puede ser la columna vertebral de la historia de la sociedad, sino su murmullo chismoso; pero gracias a su cotilleo impreso, el lector llega a concluir en un momento dado que el mundo contemporáneo siempre tiene algo de colorante y saborizante artificial, que la sal de la vida es puro glutamato monosódico y que todos los discursos y rollos que sí hay que leer y atender son sólo el excipiente c. b. p., un sin sentido monumental. De ahí que El Círculo de Lectores de la Caja de Corn Flakes, con el esfuerzo tenaz de miles de lecturas inservibles y el paciente acopio de conocimiento estéril, manifiesta una especie de desdén burlón por la fauna que sólo lee cosas de “contenido”, un descreimiento de raíz por lo que sí hay que leer, ya que es importante estar informado, y un ácido sutil sobre todo aquello que en esta sociedad está escrito con letras de oro.


* Referencia: “El Círculo de Lectores de la Caja de Corn Flakes” en Fernández Ch. P, La velocidad de las bicicletas. (2005). Pp. 25 – 27. México, Vila editores; Pablo Fernández

lunes, 3 de diciembre de 2012

¿Amor?



El fin del Matrimonio

El espíritu inútil
Pablo Fernández Christlieb
El Financiero, 26/04/2006

Lo que echa a perder el matrimonio es el amor. Puede que al revés también sea cierto, pero el caso es que ya nadie se casa, y los que se casan no duran. Esto esta bien, pero hace sentir mal a los que van cumpliendo treinta y tantos años y ven que se les viene encima la edad de los mayores sin perro que les ladre: su queja es que por qué es tan difícil encontrar el amor verdadero; esto es, alguien que los valore por lo que son, que los comprenda, los cuide, que sea inteligente, divertido, tierno, optimista, trabajador, guapo, etcétera. Quién sabe por qué será tan difícil.

El 60% de las bodas que se celebren el sábado que entra ya no verán las Olimpiadas de Londres juntos, así que lo más prudente es no gastar mucho en el regalo. “Boda” significa “voto, compromiso”, pero si la estadística avisa que se va a romper, lo único que cabe esperar es que la fiesta valga la pena. Hoy en día lo que hace falta no es el amor, eso es lo que sobra. El fin (es decir, la finalidad) del matrimonio es que dos personas vivan juntas el resto de su vida. Se sabe que antes los matrimonios si duraban ese resto: la razón es que no les importaba tanto; o sea, que todos se casaban pero nadie suspiraba por casarse, porque no se les ocurría que allí iban a encontrar la felicidad ni el amor verdadero, y, en rigor, no se casaban por amor sino por otras consideraciones más civilizadas y menos frágiles.

Según los documentos de la época, en el siglo XVIII las personas se casaban no para quererse mucho sino para tener la tranquilidad con la cual dedicarse a sus cosas; se casaban para tener una casa. Por eso, como dice la historiadora Arlette Farge, “el vínculo conyugal es también un lugar”, y, ciertamente, su fin es económico, de ôikos, casa, y las cosas que se necesitan para ponerla, y que entre dos alcanzaba decorosamente. Por eso los matrimonios se podían pactar, arreglar, negociar, y hasta los novios podían ni siquiera conocerse de antemano, razón por la cual se dice que el matrimonio se “contrae”, porque llega de afuera como un reuma, con el cual uno aprende igualmente a convivir. Como en todo buen acuerdo, bastaba que se llevaran bien para cumplir con el fin del matrimonio. El acuerdo era que se tuvieran respeto y se toleraran y confiaran en el otro, como socios del hogar, pero en el acuerdo no estaba que se amaran ni adoraran ni vivieran tórridos romances ni pasiones arrebatadoras puertas adentro, y por lo mismo, en efecto, el anecdotario de canas al aire es en esa época casi normal, pero se hacía con discreción porque no se trataba de presumir ni de importunar a la pareja a quien se le debe una atención elemental y cuidadosa. De hecho, hablarse de “usted” entre ellos era un estilo lleno de tacto, como una distancia solícita. Y así, sobre la marcha y al paso de los años, dos insignes desconocidos que habían vívido bajo el mismo techo terminan por estimarse sinceramente, por sentir afecto y ternura por el otro, sin mayores exigencias. Si se hubiera introducido el elemento del amor, para empezar ni se hubieran casado. 

Durante todo el siglo XIX todavía puede verse, por ejemplo, a Darwin, Marx o Freud vivir correctamente casados con su  Emma, su Jenny y su Martha, logrando la tranquilidad suficiente para dedicarse a fabricar ideas escandalosas. En el siglo XXI quién sabe qué sea el amor, pero se parece mucho a los derechos del consumidor: algo así como la exigencia de que el otro sea maravilloso y colme las ilusiones y se le escurra la baba por uno, de que uno sea el centro del universo y el universo esté al servicio de uno. Parece anuncio de L´Oreal. El amor es más bien uno de los rasgos del individualismo según el cual cada quien debe perseguir sus caprichos, emociones y demás sensaciones de alto impacto pésele a quien le pese. Y así no hay acuerdo que aguante. Este es el fin (es decir, el final) del matrimonio, porque ya no hay dos que se soporten mutuamente sus veleidades, y si tanto amor era la razón de la boda ni caso tiene desenvolver los regalos: con la fiesta basta. Incluso, se podrían mejor celebrar los divorcios, que duran más. Lo malo es que por ahí de los treinta y tantos las personas se empiezan a sentir mal por eso, y aunque ya les alcanza para que cada quien tenga a solas su casa aparte, se les ocurre que no estaba tan mal eso del perro que les ladre, y a lo mejor por eso hay tantas mascotas que sacan a pasear, y se empieza a dudar de si ese egoísmo individualista que se llama amor verdadero no es algo que acaba por lastimar. Como dicen ahorita en España, “ya sólo los gays quieren casarse”. Y tiene toda la razón: son los últimos que conocen el valor de una estabilidad matrimonial, de estar tranquilos bajo el mismo techo.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Pasión en Venta


A los que saben este semestre he decidido "sentir el fútbol". De chica no me gustaba nada, recuerdo que era domingo y quería salir en la bici con mi papá y solo escuchaba el eco del mal sonido que daba la transmisión del futbol en la TV, pasó el tiempo y era el pretexto para jutanrnos los amigos, después fue más importante, ya que tengo un novio que aunque no le va a ningún equipo, no se pierde ningún partido "importante" de cuantas copas y ligas se atraviesen en el año; así que casi casi tenemos planear cumpleaños aniversarios, bodas, reuniones familiares, y hasta salidas en pareja alrededor del calendario del fútbol. Me parece fascinante ir al estadio, disfruto el olor, la ilimiación, la música, la comida, ver la diversidad de personas que por un día dejan de lado las fornteras sociales, la porra me pone la piel chinita, los cantos, me dan ganas de irle siempre al equipo local, pintarme la cara, corear con el alma. De veras que es pasión. Esto me motivo a "entrarle" y sigo en eso; ha sido sorprendente y he descubierto toda una cultura que va más allá de la que va al estadio cada 15 días. Pero ese sera tema de otro día... en este proceso me he topado con textos interesantes, pero esta parte ( la 3) de Pasión en Venta de Juan Villoro me dejó pensando bastante sobre en realidad quien es el que se la "rifa" en este mundo del futból, y me hizo sentir esa frutración de los barristas cuándo se sienten defraudados por un equipo por el que dan la vida: 

Habitamos un planeta inconstante donde los negocios varían de país en país. El Barcelona llegó al fin del siglo XX sin poner en venta su uniforme. Cuando al fin cedió a la tentación, buscó una causa social: la escuadra blaugrana recomienda en su pecho a la UNICEF y lleva en la manga un discreto logotipo del canal catalán Tv3. En contraste, los equipos mexicanos mancillan sus colores con un surtido para consumidores hiperactivos: en treinta centímetros de tela invitan a beber leche, viajar en avión, abrir una cuenta bancaria y hablar por teléfono.
Basta ver el uniforme de un equipo mexicano para saber que nuestro futbol está mal gestionado.¿Es posible que un jugador se identifique con una camiseta que es un catálogo de ventas? Para colmo, ser futbolista en el país del águila y la serpiente implica cambiar mucho de colores. En una liga donde el negocio fuerte está en los fichajes y las comisiones, y no en la obtención de títulos, el jugador es un nómada que pasa de una entidad a otra. “El amor es eterno mientras dura”, escribió Vinicius de Moraes. ¿Podemos pedirle al futbolista que profese amor eterno mientras dura su contrato?
Territorio del abuso y la especulación, el futbol mexicano vive para las ganancias rápidas. Los torneos cortos impiden el verdadero desarrollo del deporte. Cada seis meses se pone en escena la liguilla, show televisivo donde un equipo pretende ser el mejor, la lotería donde el octavo puede ser campeón. Esta organización subnormal rinde beneficios a los directivos e impide la consistencia de los jugadores.
Por desgracia, la injusticia no sólo afecta a los que van en la parte de arriba de la tabla y donde el superlíder llega a la liguilla con las mismas posibilidades que el octavo. Para administrar el desastre, se decidió acumular porcentajes negativos en la parte baja de la tabla. Como nuestro futbol es inconstante, el último puede salvarse del descenso si en la temporada anterior no le fue tan mal. Este sistema de delirio llegó a un punto crucial hace unos diez años, cuando los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León descendieron por acumular malos porcentajes y al mismo tiempo pasaron a la liguilla entre los ocho mejor situados. En aquel torneo podrían haber sido campeones y haber bajado a segunda división, incoherencia “made in Mexico”.
La falta de consistencia de nuestros equipos es tan grande que cuando los Pumas de Hugo Sánchez se convirtieron en el único equipo en ganar dos minitorneos seguidos, dieron la impresión de cumplir un ciclo mítico, una atadura de años de la cosmogonía azteca.
En un país donde las escuadras cambian de apodo, colores y ciudad según convenga al negocio, resulta injusto pedir al jugador la lealtad que él no recibe. 

Juan Villoro. Desde la cancha.